Will Hunting y la perfección imaginada

Will Hunting acaba de conocer a una chica en un bar. Es guapa, lista, diferente a las demás. Sean, su terapeuta, le dice que la llame, pero Will se niega en rotundo.

– “¿Para qué, para darme cuenta de que en realidad no es tan lista? ¿De qué es aburrida? No, no. Ahora mismo esta chica es perfecta, y no quiero arruinar eso”.

Sean le sonríe.

– “Quizá tú eres perfecto ahora mismo, y no quieres arruinar eso”.

Will, por primera vez desarmado, queda en silencio mientras Sean continúa:

– “Creo que es una filosofía genial, Will. Así puedes pasarte la vida entera sin llegar a conocer a nadie de verdad”.

Procrastinar no es simplemente aplazar

La procrastinación, según la definición que nos ofrece Google, es “la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse”. Pero tras esta aparente simplicidad se esconde un laberinto psicológico mucho más complejo.

Hay que decirlo: ningún trabajo, proyecto, persona, relación o idea será jamás tan perfecto en la realidad como en la idealización que crea nuestra mente.

Materializar cualquier idea significa aceptar su imperfección inherente, al igual que nosotros mismos somos imperfectos. Es una verdad ineludible: puedo visualizar este artículo como digno de un Pulitzer, pero al plasmarlo en palabras, confronto su inevitable humanidad.

El refugio de no intentarlo

¿Cómo sobrellevar este “fracaso”?

La procrastinación no es solo temer un resultado mediocre o sentir que no somos suficientes. En nuestra sociedad de producción infinita y eficiencia implacable, hemos normalizado la imposible exigencia de perfección. Aplazamos nuestras tareas para poder refugiarnos en la excusa definitiva: “No fracasé porque nunca lo intenté realmente”.

El miedo al cambio

Pero si desenmascaramos la procrastinación, descubrimos su núcleo más visceral: el terror ante el cambio.

Emmanuel Carrère, reconocido novelista francés, antes de iniciar un retiro de meditación de diez días en completo silencio, se enfrentó a una inquietante pregunta:

“¿Y si mejoro?”

Esta pregunta revela una profunda verdad psicológica: todo cambio implica una pequeña muerte interior.

Cada proyecto completado, cada idea perseguida, cada nueva relación iniciada transforma irremediablemente quienes somos. Cada vez que doblamos una cuerda y tocamos una nota, nuestra vida cambia y nosotros con ella, y nuestro yo anterior se desvanece, y para nuestro cerebro, esa desaparición representa una forma de muerte.

La transformación como amenaza

El malestar y la culpa son mecanismos de defensa sofisticados: no queremos actuar porque toda acción supone, inevitablemente, transformación. Y claro, ante el cambio la ganancia es incierta mientras que la pérdida siempre es segura.

Si fracasamos, nuestro yo idealizado pierde su perfección. Hemos fallado, y tememos volvernos indignos de amor o admiración. Pero, paradójicamente, si tenemos éxito, también perdemos algo: nuestra identidad anterior desaparece, sustituida por una nueva versión de nosotros mismos.

Esta nueva identidad, aunque “mejor”, nos resulta extraña, desconocida. Nos preguntamos: ¿seguiré siendo querido, cómo está, nueva persona? ¿Encajaré en mis relaciones actuales?

Si cambio, pueden dejar de quererme.

La seguridad de lo conocido

La ansiedad y la angustia, por dolorosas que sean, son estados familiares. Conocemos sus contornos, sabemos navegar sus aguas turbias. La perspectiva de un cambio, incluso positivo, resulta aterradora precisamente porque nos arroja a lo desconocido.

Así posponemos, evitamos, nos paralizamos, nos da pereza (traducido, no nos atrevemos).

El mañana perfecto que nunca llega

Habrá un momento mejor, nos decimos, “seguro que mañana estoy más inspirado, o estaré en mejores condiciones para ponerme a (lo que sea)”. En este futuro ideal que conjura mi cabeza, todo encaja, sale fácil, y pasamos a la acción como un superhéroe.

Por desgracia, o quizás por inmensa fortuna, ese futuro perfecto jamás se materializa. El único momento que verdaderamente existe es este que vives mientras lees estas líneas.

El eterno ahora

Un eterno ahora, imperfecto, pero real, a tu completa disposición, esperando a que lo habites con plenitud.

¡Comparte!

Relacionados