El arte de no hacer nada

Quietamente sentado, sin hacer nada,

Llega la primavera

Y crece la hierba sola

– Roland Barthes

Vivimos en una época de definiciones, y aun así hay algunas que a veces se nos escapan. ¿Qué significa estar quietamente sentado, sin hacer nada? ¿La inactividad es el reverso de la actividad?

La inactividad frente a la sobreexigencia

En el seno de una cultura sobreexigente, llamamos actividad a todo lo útil, lo que produce algo. En términos de rendimiento, es lo que deberíamos estar haciendo las veinticuatro horas. Las horas en las que no producimos son nuestro tiempo libre, pero éste también acaba sujeto a las reglas de producción, porque es tiempo de descanso para volver a trabajar mañana.

No es, por tanto, un tiempo realmente vivo, que dediquemos a la contemplación y la inactividad, sino un tiempo que matamos con todo lo que pueda darnos algo de esperanza inmediata; un tiempo muerto.

Como dice el filósofo Byung-Chul-Han: “Una vida intensa hoy implica, sobre todo, más rendimiento o más consumo. Hemos olvidado que la inactividad, que no produce nada, constituye una forma intensa y esplendorosa de la vida”.

El valor de la pausa

El saber hacer nada es lo auténticamente humano. Sin un momento de vacilación o interrupción, la acción se rebaja a ciega reacción. El callar le da profundidad al habla, sin silencio no hay música. El juego siempre ha sido la esencia de la belleza.

Allá donde solo reina el esquema de estímulo/reacción, necesidad/satisfacción, propósito/acción, la vida degenera en supervivencia, y volvemos a ser animales. Al final, los que brillan son los momentos libres de actividad; si perdemos eso, nos convertiríamos en máquinas que solo tienen que funcionar de la manera más eficiente posible.

La tiranía del “más”

¿Pero quién te dice hoy que no hagas nada? Nadie.

La tiranía del “más” es cada vez más aplastante. Hemos logrado convencernos a nosotros mismos de que cuanto más hagamos más somos, mejor estamos, más valemos; un increíble logro en la historia de la humanidad, hacer que el ser humano se explote a sí mismo voluntariamente. Nos ponemos en modo “logro”, hacemos foco en la recompensa anhelada y… a por ello, sin descanso, con perseverancia, “luchando” por ello.

Pero nos podemos estar equivocando, y envenenándonos día a día con todo esto.

Lo inútil como esencia de la vida

La acción constituye la historia, sin duda, pero no forma nuestra cultura. El origen de la cultura no es la guerra, sino la fiesta; no el arma, sino el adorno. Lo que nos hace felices, nos calma y nos hace sentir conectados se va formando por desvíos, por inutilidades, por lo ornamental. La primera persona que rasgó un acorde en una guitarra no lo hizo por funcionalidad, no lo hizo porque era útil.

Dice Nuccio Ordine en “La utilidad de lo inútil” que “el hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante”.

La felicidad en la inactividad

La verdadera felicidad se debe a lo vano e inútil, a lo reconocidamente poco práctico, a lo improductivo, lo propio del rodeo, lo desmedido, lo superfluo, a las formas y gestos bellos que no sirven para nada. Andar paseando con parsimonia sin ningún sitio al que ir es… un lujo. Hacer, pero para nada: según Byung-Chul-Han, eso es ser libre.

Un momento para contemplar

En algún momento tenemos que parar, y sentarnos muy quietos a no hacer nada. A ver cómo la hierba crece sola, a ver cómo se nos va apareciendo la primavera. Quizá la manera de afrontar el estrés crónico y la ansiedad sea aprendiendo a contemplar, en vez de echando cada vez más leña al fuego.

Quizá mejor sentarnos y quedarnos ensimismados viendo las llamas bailar, al menos un rato. Darnos, por una vez, un tiempo que no sea de auto superación, de auto motivación o de auto ayuda, o que no esté destinado a la distracción y la gratificación instantánea.

Una pausa para no hacer nada, para existir en el momento presente, sin ningún tipo de condición o propósito, sin tener que alcanzar una meta. Ser capaz de frenar para HACER NADA.

Qué paz, ¿no?

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