Un juego de rol

Nuestra historia está llena de triángulos.

Desde las pirámides hasta la santísima trinidad, la suma de tres puntos, vértices, lados, líneas o personas ha sido siempre, como mínimo, definitorio.

Pero hay un triángulo del que se habla muy poco, aun estando más presente en nuestras vidas que cualquier otro (incluso que el equilátero de Pitágoras).

Es el triángulo dramático de Karpman, y todos formamos parte de él en diferentes momentos a lo largo de la vida.

No sabemos existir flotando en el vacío, así que nos posicionamos; las necesidades del sistema al que pertenecemos (o al que pertenecimos), más bien nos posiciona, nos adjudica nuestro rol. Tú y tus figuras de apego formáis un triángulo, y esa relación lo puede moldear todo.

Los vértices de los que habla Karpman están muy bien definidos; el perseguidor, el salvador y la víctima. Cada uno es bastante intuitivo y fácil de explicar, pero la dificultad está en identificar quién es quién, cómo y por qué. Ser consciente de los engranajes internos de tu sistema es como excavar las raíces de una secuoya; lleva tiempo y esfuerzo, parece una tarea titánica.

El indomable

En la película El indomable Will Hunting, los roles de ese triángulo definen por completo a nuestro protagonista, y al hacerlo le roban de su propia libertad.

Will es un genio, pero su infancia fue una pesadilla; su padre, un claro perpetrador, le maltrataba a él, a su madre y a su hermana. Will recuerda las noches en las que aparecía, aún más borracho de lo normal, y le daba a elegir; la llave inglesa, el palo o el cinturón.

Su nuevo terapeuta, Sean, le pregunta: “¿Y qué elegías?”

“La llave inglesa.”

“¿Por qué?”

“Que le jodan. Por eso.”

Reaccionando así, desafiando a esa macabra autoridad, Will conseguía algo muy importante: salvar a su madre y a su hermana.

Su padre se ensañaba con él, pero luego les dejaba en paz. Así, Will aprende que puede intentar pasar de víctima a salvador, actuando como si él mismo fuera otro perpetrador.

Y eso hace: la vida de Will es un desastre, un desafío tras otro, una agresividad continua, una necesidad de separarse y no apegarse a nadie, de fingir ser una amenaza, de fingir que nada le importa.

Redención ante el daño paterno

Cuesta mucho procesar que tu padre te haga daño. Will debe, a toda costa, salvar al menos a su madre. Para trasladarle el rol de víctima, Will se adjudica el de salvador, y su manera de salvar es con ese permanente desafío a la autoridad.

Cuando Sean aparece en su vida, la mayor ayuda que le brinda es la de hacer consciencia; tú no eres esa fachada agresiva, tú tuviste que sobrevivir, tú te adaptaste a lo que el sistema familiar necesitaba. Tú fuiste colocado ahí, y jugaste tu rol a la perfección.

El clímax de la película se produce en la única escena en la que Will llora, cuando Sean le mira a los ojos y consigue que el mensaje cale:

“No es tu culpa”.

Lo repite muchas veces. No es tu culpa.

Fuiste una víctima, y toda tu vida has estado encerrado en ese rol; has querido ser otra persona, para que el triángulo pudiera seguir encajando.

Ninguno podemos escapar al triángulo dramático; ahora bien, cuanto más disfuncional es el sistema de apego, más rígidos son esos posicionamientos, y más patológico resulta todo.

Los roles deben ser flexibles, y debería existir la posibilidad de visitar cada vértice; de conocer lo que son, de ser consciente de la situación en la que estás y de cómo puede ir cambiando con el tiempo, el lugar, la persona.

Cuando tu propia supervivencia está anclada a ser y personificar un rol determinado, lo que habrá serán síntomas, disociación y una falta de libertad y autenticidad. No se te permitirá ser nada más que una víctima, un perseguidor, o un salvador.

Migrando hacia el cambio consciente

Cuando un terapeuta se posiciona como un salvador con una superioridad intelectual y moral, no le hace ningún favor a su paciente. Igual pasa con los padres que se declaran víctimas de un adolescente perpetrador y rebelde, y exigen una solución rápida y eficaz como si el terapeuta fuera un mecánico que pudiera intercambiar partes dañadas por otras nuevas: “Pase a las 6 de la tarde y ya lo tendrá reparado

El triángulo de Karpman permea nuestras vidas, es parte de nuestras relaciones; saber dónde estás y saber moverte entre vértices, catetos e hipotenusas es una de las claves para alcanzar una felicidad tranquila y controlada.

La consciencia es el primer paso para el cambio, y la terapia es una gran manera de ir destapándola, desperezándola y poniéndola a tu servicio. Primero averigua quién eres y por qué; ¿qué papel desempeñas?

Luego ya, despacio y con buena letra, vas desenredando y migrando tus triángulos.

Karpman seguro que estaría orgulloso.

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