El martillo y el vecino
Quieres colgar un cuadro, pero necesitas un martillo. Te acuerdas de que tu vecino, el del 2B, tiene uno, así que te pones las zapatillas, coges las llaves y sales a pedírselo.
Pero espera. ¿A dónde vas tan rápido?
¿Y si no quiere prestártelo? El otro día apenas te saludó, lo que sonó fue como un gruñido. ¿Estará enfadado? Tú siempre has sido muy educado, y no molestas nunca. Él es el que hace ruido con todas esas películas de tiros que pone después de cenar; ¿tú le tratas bien y recibes un gruñido a cambio? Además, la semana pasada estaba hablando con la vecina del primero, como cuchicheando, y cuando llegaste tú de pronto se callaron y miraron hacia otro lado.
Seguro que estaban hablando de ti. Si él te pidiera alguna herramienta, tú se la dejarías sin problema; ¿por qué no puede hacer él lo mismo? ¿Se cree que por tener un martillo tiene derecho a tratarme mal? Yo no dependo de él, ¡esto es el colmo!
Se va a enterar. Mírale, aquí está, te abre la puerta y ya te mira raro. Te dice buenos días, pero el tono no te gusta.
–¡Quédate con tu martillo, egoísta!
Muy bien. Así aprenderá.
El cerebro: un predictor nato
El cerebro es un órgano curioso; una de las cosas que más le gusta en el mundo es predecir, conjeturar, imaginar. Analiza todo lo que nos pasa y lo guarda en unos enormes archivadores blancos, como los de una oficina. Contrasta toda la información y se forja una opinión de todo lo que nos rodea, porque lo que está ahí fuera puede ser peligroso, y uno debe conocer a su enemigo para poder vencerlo.
El objetivo es sobrevivir, y predecir de dónde va a venir el león es importantísimo, pero… ¿qué pasa si ya no somos la presa?
Las predicciones se convierten en expectativas, y la realidad se convierte en decepcionante. La cultura que hemos construido no ayuda; lo que vemos en redes sociales, en películas, lo que leemos, lo que nos cuentan. La relación perfecta funciona de este modo; deberías tener todas estas cosas claras antes de los 30; ¿por qué tu grupo de amigos no te respeta?; lo que debes saber antes de una primera cita; hazte fuerte, no aceptes nada menos que esto; mira, esto es una buena jornada de trabajo…
Y así hasta el infinito.
La paradoja de no esperar nada
Una de las “curas” frecuentes para todas las vanas esperanzas y expectativas hiper exigentes es la siguiente: “si no espero nada, no me desilusiono”.
Por desgracia, y por el sentido del humor y de la paradoja que tiene el universo, esa misma frase es una expectativa. Si no espero nada, aunque me abandonen no voy a sufrir tanto, ¿verdad? Si no espero nada, aunque fracase no pasa nada, no es culpa mía, no significa que no puedo hacerlo, ¿no?
Tenemos derecho a querer. A querer ser como somos, y a querer las cosas que queremos. Tenemos derecho a esperar y a ilusionarnos, tenemos derecho a sufrir y a estar tristes. En vez de medir nuestro éxito o fracaso dependiendo del cumplimiento de nuestras expectativas, la solución astuta es la siguiente:
Conociendo tus expectativas
Conoce tus expectativas. Sé consciente de por qué quieres lo que quieres, y de dónde vienen esos deseos. No los conviertas en una apremiante necesidad. Mira dentro de ti mismo, haz alguna que otra pregunta. ¿Por qué me exijo esto? ¿Por qué espero esto de los demás?
El primer paso es tomar consciencia, para así poder regularse. Hacerse cargo de los sentimientos, de la frustración, del peso de las normativas que impone la sociedad.
El cerebro es un órgano curioso; se acuerda de las cosas, y predice todas las demás. ¿Qué es lo que utiliza para adivinar el futuro? Nuestra memoria, nuestra experiencia previa.
¿Quieres pasarte la vida prediciendo el pasado?
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