autoestima

Yo sé que existo
porque tú me imaginas.

Hoy en día se habla de autoestima para cualquier cosa. Se convierte casi en el concepto de cuñados por excelencia, atrapado en un vórtice de positivismo a cualquier precio, de crecimiento personal que simplemente son videos motivacionales en Instagram.
Mira el cuerpo que tengo, mira todo este dinero; todo ello lo conseguí creyendo en mí, dándome duchas frías y comiendo quinoa.

Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.

Un Concepto Malinterpretado

Tú puedes conseguir cualquier cosa, absolutamente todo lo que te propongas, incluido el pagarme un dinero al mes por ser tu coach de vida y comprar mi masterclass.
No tengas miedo, ni siquiera cuidado; lánzate, salta al recinto con los leones, ¡tú puedes!

Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.

Ahora bien: qué pasa cuando…

Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita…

¿Qué pasa si me olvidan y de pronto todo mi autoconcepto se desmorona?

El poema se llama Muerte en el Olvido, una genialidad de Ángel González.
La autoestima. La nueva epidemia de las redes sociales, aun siendo un concepto más antiguo que el polvo. El importantísimo eje conflictual de la valoración.
En un extremo de ese eje eres Narciso y vales para absolutamente todo. En otro, no vales nada.
La emoción comprometida es ese horroroso monstruo amenazante y terrible: la vergüenza.
Tu autoestima surge de tu autoconcepto, lo intrínsecamente valioso que tú piensas que eres. Ahora bien, por suerte y por desgracia el valor propio depende, al menos al principio, de la mirada del otro.
Tus figuras de apego te dieron tu primera medida de valor. Tus padres, abuelos, amigos, quienes tienen baza en tu vida; ellos configuran tu autoconcepto y te posicionan en el eje de valoración.
Todos nacemos con guion de príncipes hasta que la mirada de nuestros cuidadores lo confirma o nos convierte en ranas.
De ahí la obsesión por buscar esa valoración ahí fuera, en nuestros posts de Instagram o nuestra feed de Twitter. Las miradas del otro aportan valor. Somos seres sociales, nuestra experiencia se enriquece bajo la mirada atenta y reverencial de un grupo que consideramos importante.
Una valoración pobre de uno mismo conlleva un inmenso sufrimiento, y una autoestima inflada y frágil te acaba brindando el mismo destino además de relaciones desajustadas, afrontamiento de problemas de manera totalmente tergiversada y poco realista, y mucho dolor. Para los demás, y por supuesto, para ti.
Se dice que “Tarzán no tiene miedo a los leones porque se cree Tarzán”. ¿Y si no soy Tarzán y acabo devorado por imprudente?
No tiene por qué ser así. A medida que uno crece, madura, reflexiona y se trabaja a sí mismo, va aprendiendo a soltar.
Soltar las brasas ardientes que son las opiniones de los demás, dejar de basar tu valor intrínseco en valoraciones externas.
Uno puede llegar a conseguir que sea la propia mirada, y la de nadie más, la que determine el valor que tiene su propia existencia. Tu propio juez, tu propio sustento.
La búsqueda universal, de la que hablan tantos cuentos de niños, es la siguiente: mirar adentro.

¿Es tan simple como suena? Desde luego que no. ¿Podemos pedir ayuda?

Por supuesto que sí.
El proceso terapéutico es exactamente esto; un guía que te ayuda a dibujar tu mapa, para que puedas recorrerlo estando en un lugar seguro. Viendo el camino, en vez de en la oscuridad.
El verdadero tesoro está escondido dentro; ¿te atreves a remover y rebuscar?

¡Comparte!

Relacionados