depresión

Ya ha pasado un verano sin tus ojos

y el mar también tendrá que acostumbrarse.

Durante mucho tiempo todavía,

la calle esperará ante nuestra puerta,

con paciencia, tus pasos.

No se cansará nunca de esperar;

nadie sabe esperar como una calle.

Y a mí me colma esta voluntad

de que me toques y de que me mires,

que me digas qué hago con mi vida,

mientras los días van, con lluvia o cielo azul,

organizando ya la soledad.

 

En 2001 falleció la hija del poeta Joan Margarit. 

Habrá pocas cosas peores en el mundo que perder a un hijo; qué injusto que se vaya primero tu pequeño y tengas tú que sobrevivirle. ¿Cómo se hace? 

El mundo de la depresión es tenebroso. Ya no tiene paisaje tu amargura, contra todo te das, ciego te hieres. Va más allá que la tristeza; ella puede ser una nube pasajera, un día de lluvia. Pero estar deprimido es llevar tanto tiempo sin ver la luz del sol como para haber olvidado su brillo, su calor. 

Lo que falta no es alegría, sino la propia esencia del vivir, la vitalidad, la energía, el impulso que te saca de la cama, que pone un pie detrás del otro cuando andas. La depresión es el yunque que te aplasta, la pena constante; para Miguel Hernández, es pena con pena y pena desayuno, pena es mi paz y pena mi batalla, perro que no me deja ni se calla, siempre a su dueño fiel, pero importuno. 

Cuando uno pierde toda ilusión, todo atisbo de esperanza, ¿qué le queda? ¿cómo volver al mundo real? 

El tránsito es como volver de la muerte, o así lo expresa cada poeta que ha vivido y vive ahora. Lo expresamos también así en psicoterapia, porque el camino es un renacer simbólico, es un salir del inframundo, paso a paso, luchando por cada palmo de tierra y cada haz de luz. 

Infinitamente difícil, sí, pero una cosa es cierta; la capacidad de resiliencia del ser humano es incluso mayor que la de autodestrucción. Tenemos la inmensa virtud de seguir despertándonos cada mañana, y de decirnos a nosotros mismos que hoy estamos, quizá, un poco mejor que ayer. Esto nos honra, y tiene, además, una maravillosa ventaja añadida:

No hemos de transitar el camino solos. 

Siempre, siempre existe la ayuda. Siempre existe la mano tendida que espera que la cojas. En psicoterapia, no es sólo mano sino cuerpo y mente enteros; un acompañante, un guía con linterna, para que veamos los socavones del camino y sepamos dónde está la salida. 

Un buen terapeuta entiende la depresión desde el punto de vista del paciente; cada una es única, igual que cada uno. En 2023 ya no vale apoyarse en un desequilibrio químico cerebral, en un “tienes menos serotonina porque sí, toma una pastilla”; el límite cartesiano entre cuerpo y mente ya se ha difuminado, ya no existe. 

Somos uno, y hoy en día estamos inflamados (cortisol mediante). El estrés de nuestras vidas envenena nuestro cuerpo y, por consiguiente, nuestros pensamientos. Todo está unido, todo es igual de importante. Solo hay que preguntar a un paciente deprimido cómo se siente cuando por fin sale a dar un paseo y nota el calor del sol en su piel, la caricia del viento, la presión del andar en las piernas. El mínimo gesto, la mínima mejora supone un mundo. 

Cuerpo y mente son uno; hemos de cuidarlos como tal. 

La teoría de la serotonina ha muerto, larga vida a la mirada terapéutica, al vínculo, a la unión del tratamiento para cuerpo y pensamiento, a escuchar de verdad al paciente, a una relación de ayuda incondicional.

Larga vida a los que luchan cada día, umbríos por la pena, casi brunos, porque la pena tizna cuando estalla. 

La luz les espera al final del túnel, la ayuda siempre está ahí, con la mano tendida.

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