¿Cómo definirlo?

Si el encargo fuese al DSM-5 (la Biblia de la psicopatología) seguramente diría algo así:
“Trastorno de inicio brusco (flechazo), periodo de enajenación mental transitoria. Alteración del curso y contenido del pensamiento, rumiaciones obsesivas, distorsiones cognitivas”.
Pero si la definición se elaborase con el Código Civil,… incapacitante. Tiempo limitado: 18‐24 meses, con recaídas.

Idealización y desencuentro

En el enamoramiento clásico, ese que vemos en la gran pantalla o imaginamos tras leer a Jane Austen, desaparece la ambivalencia, se evaporan las dudas. La admiración se convierte en idolatría, no caben las críticas, el destino ya habló. Sin contradicciones.
Ahora bien: acorde a los datos de la OCDE, el 75,6 % de las parejas en el mundo occidental reconocen “llevarse mal o muy mal”.
¿A dónde, entonces, se nos escapó el saber amar?

La carencia como origen

Quizá el amor mismo surge de una carencia, y por eso nos empeñamos en estar unidos a alguien, atados, pegadísimos, por si acaso. Decía Sócrates que amar es desear, y como se desea lo que no se tiene…
Pero Spinoza no está de acuerdo: dice que el amor es la alegría de una causa exterior, que amar es alegrarse por algo. Un amor maduro es la alegría que se le añade al placer, y alegrarse es no pedir nada a cambio. No poseer, sino gozar; el amor no puede carecer de nada, me puede faltar lo que amo, pero no amo lo que me falta.

Idealización vs. realidad

Según Merleau-Ponty, un amor falso te hace amar cualidades, en vez de la manera de existir singular de una persona. Un enamoramiento mal entendido es una idealización falsa, es amarse a sí mismo por amar una imagen en tu cabeza. Lo realista, lo humano de verdad, es construir.

Construir el vínculo

Hay una serie de televisión llamada The Good Place, en la que un puñado de personas intenta ir al cielo, y en un momento dado uno de los demonios se da cuenta de algo.
Dice oye, esperad: si de verdad existen las almas gemelas, no son algo que uno encuentra, sino algo que uno construye.
Y para construir algo hace falta una dedicación y un esfuerzo, una decisión consciente diaria. Cuando construimos, nos abrimos a un cambio, a dejar otras cosas atrás y que emerja lo que antes no existía. Esto, para el ser humano, es una tragedia; la posibilidad de elegir implica soportar, con cada elección, una pérdida.

El amor como decisión transformadora

Y ahí está la clave. Si conseguimos hacer los duelos, si conseguimos procesar las pérdidas, si nos atrevemos a cambiar, entonces quizá el amor llame a la puerta. Un amor real, uno de esos que quiere remodelarte la casa entera, que es único, que no acepta hábitos previos. Repetir patrones en el amor impide lo más propio de amar, que es no parecerse a nada de lo que ya pasó.
Si trabajas ese vínculo, quizá te pase como cuando uno medita: de pronto se te presentan otras partes de ti mismo, dormidas previamente, deseosas de lanzarse, como paracaidistas, al gran abismo.

El amor y la muerte

Para Bauman, el amor se parece a la muerte: ambos aparecen de forma definitiva, irrepetible, impostergable e inapelable. Salen de la nada, no tienen ni pasado ni futuro, dejan como superfluo todo lo que venía pasando y como irrelevante todo lo que está por venir.
¿Qué habrá más importante que aprender a amar?

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