
Muchas veces hemos oído, por parte de los expertos en psiquiatría y salud mental, la necesidad de alejarnos de eso que se denomina “personas tóxicas” para preservar nuestro equilibrio emocional. Una recomendación que resultaría más fácil seguir si sabemos identificar y descubrir cuáles son esas personas tóxicas que, quien más quien menos, tiene en su vida. He aquí algunas pistas que nos ayudarán en ese cometido:
- Las ‘personas tóxicas’ no hacen: hablan, en la mayoría de los casos, para quejarse precisamente de por qué no pueden hacer determinada cosa. Se quejan por todo y a todas horas.
- Son pesimistas: en su discurso ‘tóxico’, dan preferencia a todo lo malo que les ocurre, a sus problemas, y dejan a un lado (o simplemente ignoran) las cosas positivas que les suceden.
- Una derivada de lo anterior: son egoístas. Su vida (casi mejor dicho, sus problemas) y su propio ‘yo’ acapara todas las conversaciones en las que interviene. El resto de las personas se han de conformar con su rol de oyentes y a compadecerla.
- Se arrogan el papel de víctimas: tratan de hacer ver al resto del mundo que viven bajo el peso de las calamidades y de los obstáculos que la vida les pone por delante. Por tanto, se trata de personas infelices por definición. Esa negatividad les impide desarrollar una vida en armonía con el mundo que les rodea. En cierto modo, todos somos culpables de los que les pasa. Nada es su responsabilidad, que siempre recae en los demás, o simplemente en la mala suerte.
- Les puede la envidia. Y pocas veces se alegran del bien ajeno. Son vampiros que chupan nuestra buena energía. Y, como persona sometida al peso de la envidia, pocas veces se alegrará -desde luego nunca de una forma sincera- por las cosas buenas que les sucedan a las otras personas, o de sus éxitos. Por tanto, son propensas a criticar a los demás y en muchos casos a fomentar rumores infundados. Juzgan sin saber de qué -y a veces de quién- se está hablando.
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